Se llama Hugo, tiene tres años y es, sin duda alguna, el mejor modelo del mundo. Ahora me toca convenceros.




Hugo nos dará las claves para una fecunda relación entre un fotógrafo y su modelo.

Jorge Luis Borges dijo en cierta ocasión que no es justo juzgar a los poetas como buenos o malos, únicamente hay poetas que escriben para tí y otros que no lo hacen. Esa es la diferencia; ahora bien, la exigencia siempre la ponemos nosotros y tal exigencia va en función de nuestros criterios que, con el tiempo, se vuelven más selectos. Por tanto, empecemos a hablar de aquellos actores tan importantes en la escena fotográfica que son los y las modelos. Pero antes, deshagámonos de esa connotación de falsa exclusividad que tiene el sustantivo “modelo” en el ámbito de la moda. Los hay de pose, los hay de calle, los hay espontáneos, los hay del reino animal, y del vegetal, los hay que no quieren serlo y demandan por ello al fotógrafo que les hace un “robado”, los hay que son bienes inmuebles, los hay que son joyas, relojes, bolsos y comestibles, los hay incluso que son abstractos. Cualquier ser animado y cualquier objeto inanimado que se sitúe delante del objetivo de nuestra cámara puede considerarse modelo. Los modelos más torpes, los que paradójicamente cobran por posar, somos los humanos; aunque, también los propietarios de las modelos-mascota cobran por ello.
Hugo tiene algo especial y no lo digo en mi condición de ser su tío carnal, además, nunca le he fotografiado, mis modelos suelen ser preferentemente edificios y esculturas. Para ser justo, diría que sí lo he fotografiado, y en multitud de ocasiones, pero lo he hecho sin cámara, en los momentos que he podido pasar con él y que han quedado grabados en el sensor de mi memoria. Mis fotografías de Hugo son de esas a las que les aplicamos ese icono de la llavecita o el candado (según la marca de cámara) para que nunca sean eliminadas de la memoria.
Hugo es un modelo muy exigente, demasiado exigente para un fotógrafo tan mediocre como su tío. Fotografiar a Hugo implica ser buen profesional, de lo contrario, él se cansa y pierde interés por la sesión; aunque, por otra parte, Hugo es sumamente generoso y siempre dará una segunda oportunidad, y una tercera, y una cuarta. Si le sigues el juego de la simpatía la paciencia de Hugo será interminable.
Hugo no posa puesto que el lenguaje de la mentira no es el suyo. Su estado natural se presenta abanderado por la sinceridad y la sonrisa. El rol dramático no es el suyo, ni mucho menos. Hugo también puede tener un mal día. Porque tiene su pie izquierdo con el que levantarse unas cuantas veces al año; y si ese día hay sesión de fotos, al fotógrafo no le queda otra que echarle la culpa al Cha-cha -cha. Como cuando la aplicación meteorológica del smartphone no acierta y se nos presenta una tormenta inesperada en medio de una sesión de exteriores. Lo mejor en ese caso será guardar el equipo y ponerle a ese “mal tiempo” una “buena cara».
A aquel que quiera fotografiar a Hugo le recomiendo activar los seis sentidos en su máxima potencia (los 5 conocidos + el sexto fantasma); porque en cualquier momento Hugo puede obsequiarnos con ese “fotón” que todo fotógrafo desea. Mi sobrino no se anda con tonterías y quien quiera “la foto” se lo tiene que currar, y no precisamente con caramelos, o poniéndose una ridícula nariz de payaso, ni contratando a un animador infantil. Todo eso, a Hugo, se la suda; a él lo que le fascina es la magia de los flashes y los teleobjetivos; mirar a través de ellos y sentir la misma fascinación que siente un fotógrafo cuando descubre el mundo a través de sus cristales. A Hugo lo que le pone realmente es que el fotógrafo pose para él, pero que lo haga honestamente, con intercambio de amistad y pureza de alma diciéndole con la mirada: ̶ «Hugo: cuánto agradezco que me invites a esta mágica experiencia «. Es Hugo un ejemplo de la perfecta relación entre un fotógrafo con su modelo
Hugo no entiende de poses. Insisto, tampoco logrará entender que se le tenga que pagar por disfrutar del regalo de una comunicación humana y amistosa, creativa y cálida. Pero así es el mercado; y cada ropa que Hugo luce aparecerá en catálogos y entrará en un mecanismo del cual a él le corresponde saborear también un trozo del pastel, con una justa remuneración que ayude a sus padres a mejorar las necesidades que Hugo tiene, que no son pocas.
Decía, que Hugo nos obliga a estar en alerta constante, no solo en las sesiones de fotografía sino más bien siempre. Todos debemos adiestrarnos a Hugo, a su sistema perceptivo y sensorial tan especial que funciona a un volumen muy bajito, lo cual, nos exige que pongamos toda nuestra atención y que no bajemos la guardia en los momentos que pasemos junto a él. Pasar un rato con Hugo exige de una alerta extrema por nuestra parte, su hábitat comunicativo actúa a longitudes de onda discretas. Es como el Claro de Luna de Debussy, o como en alguno de los nocturnos de Chopin en los que, por momentos, hay que dedicar especial atención para percibir determinadas notas a onda corta y con silencios estirados.
Escuchando al filósofo Alfonso López Quintás, cuando nos habla acerca de la soledad referida a su brillante análisis del personaje protagonista en la novela «El extranjero», de Albert Camus, nos sugiere que la unidad es el logro de la creatividad. También, comenta López Quintás que en sus años de estudiante en Múnich descubrió que
“hay una soledad fecunda que nos cobija y una soledad vacía que nos desconsuela y empobrece. Somos capaces de crear unidad y por tanto amistad o por el contrario está condenado el ser humano a ser solitario. Porque nos abrazamos para hacer la ilusión de que estamos unidos, pero luego, regresamos a la implacable soledad. Ortega y Gasset opinaba que estamos destinados a vivir en soledad por cuestiones biológicas. Sería una desgracia para la humanidad que Ortega tuviera razón. Si fuera cierta su tesis, toda la amistad que se ha dado en la historia se caería por su propio peso. Dice concretamente el filósofo : “la vida humana es, por esencia, soledad; y sólo en nuestra soledad encontramos nuestra verdad .” y concluye : “cada cual es el peludo Robinson de su vida desierta”.
El ser humano es capaz de crear formas de unión maravillosas, por ejemplo, como cuando el violín de Gidon Kremer se une al piano de Martha Argerich para interpretar la sonata número 5 de Beethoven , ¿qué tipo de unidad crean entre ellos? ¿y entre ellos y la obra? sin duda se trata de una unidad maravillosa.
Cuando se le preguntó a Rafaél Fruhbeck, sobre su experiencia como director de la filarmónica de Berlín. Su respuesta fue, sencillamente: ̶ ¡es un gran instrumento! ̶ . Ciento cincuenta músicos que, bajo su dirección, se unificaron como un único instrumento. Dice el profesor López Quintás que “una forma de unidad así, entre instrumento, músicos y obra, pertenecen a un nivel superior de unidad, el mismo en el que se sitúa la amistad”. Para conocer bien lo que es la soledad hay que interpretar correctamente lo que significa la unidad. Es una forma de unidad que se crea interna y espiritualmente entre la persona, el instrumento y la obra. Por eso, complace tanto leer una buena novela, escuchar una pieza musical, un paseo por el campo, las melodías del bosque. Ahora bien, no se puede asistir con prisas a un concierto, a última hora. Hay que tomarse tiempo, entrar y tomar asiento, leer detenidamente el programa, guardando silencio, y adaptar el cuerpo a las sensaciones que va a experimentar. Para recogerse. Porque para oír de verdad una obra musical hay que estar recogidos, para luego, poderse sobrecoger por la grandeza de aquello que vamos a oír. El sobrecogimiento verdadero nace de un estado de calma. En un concierto hay mucha gente a nuestro alrededor, pero tenemos que entrar en la soledad interior para situarnos así en compañía de aquello que vamos a oír. En esa compañía creamos unidad, y en esa unidad es cuando realmente se capta la importancia de la obra. El encontrarse a solas y sin nada nos genera un vacío. Una falta de posibilidades de desarrollo personal. La soledad no es algo que nos viene impuesto de fuera; es, ante todo, un sentimiento nuestro. Me siento sólo en determinadas circunstancias pero en otras no, cuando a pesar de estar sin compañía me siento lleno, satisfecho. En unos casos nos hace daño la soledad, en otros, en cambio, parece que nos acoge con su manto de silencio y recogimiento propicio a la creatividad artística, a la reflexión filosófica, a la investigación científica, a la oración religiosa y por qué no decirlo, también a la solitaria actividad fotográfica. La antropología filosófica más destacada define al ser humano como un ser de encuentro; dando a entender que no desarrollamos cuando nos relacionamos, cuando nos encontramos. Si esto es así, el tiempo se nos llena y, por tanto, no sentimos el vacío del tiempo cuando practicamos los encuentros, bien sea con personas, con objetos, con obras de arte, lecturas, meditaciones y oraciones. Una persona que cultiva la amistad, está llenando su tiempo, no siente el vacío en su tiempo.
Una inmensa soledad nos abate cuando no somos capaces de llenar ese tiempo vaciado. ¿Qué hacer ante ese enemigo que es el aburrimiento? Necesitamos prever con tiempo tales situaciones y proporcionarnos recursos para ponerlos en juego, cuando se presenta la ocasión.
No hay cosa peor para un fotógrafo que fotografiar bajo los efectos del “aburrimiento”; pero además, el fotógrafo suele ser un ser solitario. Encuentro un error esas experiencias grupales, de fotógrafos que recorren la ciudad tratando de retratarla siguiendo todos la misma ruta, o casi idéntica . Cada uno debe ser dueño de su ruta particular, también de sus horarios. Cuando se fotografía bajo el síntoma del aburrimiento, sin ganas, el modelo lo percibe; no solo lo percibe sino que se contagia y, generalmente, el resultado es un digno producto aburrido; también podemos aplicar aquí un viceversa. Un fotógrafo de oficio no debe permitir que un modelo aburrido le arruine una sesión; incluso, en el caso de que éste modelo sea inmueble, como un bodegón, una ciudad, o los tornillos, tuercas y brocas para el catálogo de una ferretería. Tampoco es cuestión de ser actores haciéndonos pasar por los fotógrafos más simpáticos del planeta. La cámara, el objetivo, el sensor o la película, cualquier cosa que sea el testigo gráfico final no es más que el registro de un ejercicio de comunicación. En cualquier comunicación pueden suceder diversos desenlaces: desde el simple entendimiento hasta la gratitud y el apego entre retratante y retratado; incluso, la hostilidad y provocación que, en ocasiones, puede ser productiva. Cuando Koen Wessing tomó su icónica imagen de las dos religiosas cruzando una calle compartiendo escenario junto a tres soldados nicaragüenses (1979), no era la mirada a cámara de una de las monjas precisamente una mirada de complicidad ante un hecho estético. Tampoco la pose que mantuvo en 1865 en reo Lewis Paine ante el retratista Alexander Gardner la noche justo antes de ser ejecutado, debió ser de lo más cooperativa, y sin embargo, tal fotografía, necesita viajar junto a un texto que indique quién es ese misterioso hombre que sabe perfectamente lo que le va a suceder horas después a la toma de esa foto. No sabemos si era por el carácter del retratado, si padecía de algún cuadro psíquico que le impedía ser consciente de lo que iba a sucederle; o, si lo sabía y estaba en paz con su conciencia. El caso es que la serenidad y complicidad que ofrece su mirada hace que estemos ante uno de los retratos más amables al tiempo que enigmáticos de la historia de la fotografía.

«shooting» con sus compañeros de trabajo que, además, son sus hermanos.
El fotógrafo ̶ como diría Aristóteles ̶ tanto en potencia como en acto es un ser solitario, y así debe de ser, atendiendo a lo positivo de la soledad fecunda y creativa expresada anteriormente; ahora bien, ̶ y aquí radica el éxito ̶ debe éste saber establecer la unidad tanto con el retratado como con su equipo. Esto, precisamente los fotógrafos que han trabajado con Hugo lo saben perfectamente. Hugo tiene un “algo” ( Walter Benjamin lo denominó “aura” y Roland Barthes “punctum”) que hace que una vez terminado y cobrado el trabajo, el fotógrafo sienta una necesidad de no romper ese vínculo surgido de la sintonía humana y de una amistad desinteresada. El fotógrafo deseará contactar con los papás de Hugo para interesarse por cómo le va a Hugo, el mejor modelo del mundo. El regalo será un cúmulo de experiencias en una jornada fotografiando a Hugo; aprendizajes que, en posteriores trabajos y con otros modelos aplicará con rigor profesional. Retratar a Hugo no es sencillamente lucirlo con su ropa a través de un sensor de multitud de millones de pixeles; sino retratar lo más difícil: lo que muy pocos fotógrafos han logrado, que es, retratar la santidad humana. Así todos los modelos que después de Hugo se situarán delante del objetivo de cualquier fotógrafo que haya trabajado con él, tienen mucho que agradecer a Hugo; porque el fotógrafo sin duda que será mucho mejor fotógrafo por la experiencia contraída fotografiando al que, insisto, es El mejor modelo del mundo. Que hace que se sienta uno también como el mejor fotógrafo del mundo.
Quiero agradecer a Jaime Moreno por las fotografías que generosamente me ha prestado de mi amado sobrino. También agradecer a Kid’s Chocolate, firma de la cual Hugo es modelo junto a otros niños. Y por supuesto a los papás de Hugo por permitirme hablar de él. Quiero que en este artículo Hugo sea embajador de todas aquellas personas que junto a él luchan el doble, y triplemente, por sobrevivir en una sociedad minada de obstáculos y trampas. También es, Hugo, en este caso, representante de todo un amplio gremio de modelos cuyo oficio no es en absoluto fácil. Quienes hemos trabajado con ellos sabemos del frío que en ocasiones se pasa , de la falta de sueño y de las horas de espera; y de las veinte negativas por cada contrato que firman. Una soledad que si no se sabe gestionar puede convertirse en el mayor de los obstáculos.

Este artículo está especialmente dedicado a Hugo y a todos los príncipes de la generosidad, a sus familias y a sus seres cercanos. Y sí, una vez más he barrido para casa dedicando este articulo al príncipe de mi familia ; por supuesto que con el respaldo de esa otra familia que es Fotografiarte.
https://fundacionpepitamola.org/
https://www.instagram.com/petitchocolate/
Munich a 8 de junio del 2023
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