Japón: 13 días y una lección de vida

Japón: 13 días y una lección de vida

Raúl Brasero Antoranz

No he podido esperar ni siquiera a llegar a Madrid para escribir este artículo, tenía tantas ganas de expresar lo que he sentido en estos días que lo he escrito en el avión de vuelta con la ayuda de mi amigo y compañero de viaje Alejandro, 14 horas de vuelo dan para mucho.

Antes de nada, quisiera dar las gracias a Fotografiarte por proporcionarme de nuevo el material adecuado, con todas las facilidades posibles y gracias a ello poder captar cada momento de esta inolvidable vivencia. Contar con el respaldo de los mejores profesionales se agradece y mucho.

Fotografias realizadas con Fuji XT3

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Mi intención era enfocar este texto únicamente al ámbito fotográfico, pero después de las cosas que he vivido quiero que las fotografías sean el complemento perfecto a esta experiencia, e intentar transmitir a través de ellas las cosas tan bonitas que he sentido.

 

En este viaje he ido acompañado de mi fiel Fuji XT-3 junto con un 24 1.4 y un 56 1.2 con el que he hecho la mayoría de fotos. Sé que la calidad que me da este equipo es increíble y puedo permitirme el lujo de saber que tengo un material más que fiable. Sigo soñando con que alguien algún día se fije en mis fotografías y me digan, vete a hacer un reportaje fotográfico a tal país, sueño por el que seguiré luchando.

Lo mejor de un viaje es ir sin expectativas, pero es casi inevitable y siempre tienes una idea preconcebida. En este caso eran buenas, pues había oído hablar de su filosofía de vida, de la amabilidad de la gente, incluso de su profesionalidad en el trabajo, de su perfeccionismo. Aun así, no me hubiese imaginado nunca hasta qué punto esas teorías eran ciertas.

Parece irónico contar que ver a alguien pasear un jabalí con el pelo teñido de rosa en plena ciudad de Tokyo o tener la suerte de ver un ejemplar de atún de 275kg vendido por 2.7millones de euros no sea de las cosas más impactantes que he vivido, pero eso solo se entiende cuando conoces a la gente y la cultura de Japón.

En ningún momento he sentido miedo de ser engañado, de dejar mi equipo en cualquier lugar confiando plenamente en la gente, y es que este tipo de preocupaciones no existen una vez estás en este país y entiendes su manera de vivir, se te olvidan.

Todo lo contrario, cada día y a cada instante el trato y amabilidad de la gente a pesar de ser física y culturalmente muy diferente ha sido sublime. He estado arropado en todo momento, la gente se acerca a ayudarte si te ven perdido, y dejan cualquier cosa que estén haciendo para acompañarte al lugar adónde vas, te obsequian sin esperar nada a cambio, y siempre lo hacen con una sonrisa radiante

He oído críticas hacia Japón respecto a la masificación de gente que hay en las ciudades, pero ya nos gustaría a los europeos aprender a movernos con el orden, responsabilidad y respeto que lo hacen ellos. El cruce Shibuya (Tokyo), un lugar que cada segundo está lleno de gente y dónde nadie se estorba, los coches no pitan, la gente te respeta y no te empuja, se esperan a que te muevas para pasar, es el culmen del orden dentro del «caos».

Sin embargo, lo que más envidio de este país es el amor y el respeto que tienen hacia la naturaleza y los animales, en la ciudad de Nara ciervos salvajes bajan cada mañana del bosque a los templos cercanos para comer, les dejan entrar y pasearse por su interior como si fuese su casa porque los consideran seres sagrados. Por no hablar de la pulcritud de sus calles, donde no encuentras nada de basura tirada por el suelo a pesar de no existir casi papeleras, la gente si ve algo, aunque no sea suyo lo recoge, una muestra clara de su implicación y altruismo hacia los demás.

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Otra cosa que me ha sorprendido es el hecho de que no acepten propinas en ningún sitio, lo que significa que hacen su trabajo con pasión, sin importarles el dinero aun sabiendo que somos extranjeros y probablemente no vamos a volver.

 

Una anécdota que me sorprendió bastante, fue ver cerca de un templo como tres niños de entre tres y cinco años con un librito lleno de frases en inglés, iban entrevistando a gente extranjera para mejorar su idioma, ya que no solo lo practicaban, sino que experimentaban estímulos nuevos y aprendían a relacionarse con personas de otras culturas.

Y no solo eso, sino que, al terminar, por las «molestias ocasionadas» te obsequiaban con un regalo hecho por ellos mismos. En estos momentos es cuando te das cuenta que puedes aprender hasta de unos niños tan pequeños.

He visitado sus templos sagrados intentando integrarme y entender su cultura, me he perdido por sus calles haciendo lo que más me gusta, hacer fotografías, he conocido personas increíbles que con una sonrisa te transmiten toda la bondad y paz que tienen dentro. Y a pesar de no parar en estos días y acabar muy cansado, nunca se me han quitado las ganas de seguir explorando cada rincón de este maravilloso país. Ojalá nunca pierdan esa magia que los hacen únicos.

Me estoy yendo y solo puedo pensar en cuando volver y conocer lugares nuevos. Es curioso que me vaya con más intriga que con la que vine, queriendo saber más acerca de su filosofía de vida, de su cultura, y entender su modo de pensar e intentar imitarlo.

Tan solo han hecho falta trece días para enamorarme de este país y de su gente. Trece días que se pueden resumir en tres palabras: Lección de vida.

Artículo escrito por Raúl Brasero Antoranz